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Eva María Sanz Fernández
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No es fácil describir
con palabras lo que se siente cuando te estás jugando algo así. En aquél
artículo hablé un poco en general, y ahora después de lo vivido personalmente
me gustaría compartir con vosotros, en la medida de lo posible, lo que sentí.
La fase de descenso
empezó bastante mal para nuestro equipo, nos lo jugábamos todo a seis partidos,
al principio teníamos margen de error, pero según fueron pasando las jornadas
ese margen de error desapareció. Perdimos los tres primeros partidos, dos de
ellos por poca diferencia en el tanteo, pero estaban perdidos.
Nos quedaban tres
partidos, y ahora sí eran tres finales, no podíamos fallar y aun ganando los
tres partidos si no ganábamos el “basket average” no nos asegurábamos la
permanencia.
Con estos datos muchos
pensaréis que pensar en la salvación era algo utópico, que estaba muy lejos,
que era algo muy difícil de conseguir. Sí, tenéis razón si pensáis así, pero
ahí está, era muy difícil de conseguir, pero no imposible y por ello creímos en
nuestras posibilidades. Aun no estaba nada perdido por completo, podíamos
hacerlo. Sólo teníamos que centrarnos, jugar como equipo y poco a poco
llegarían los buenos resultados.
Las victorias fueron
llegando, salvamos el primer “match point”, teníamos buenas sensaciones, era el
momento de creer aunque por delante nos quedaba un largo camino.
Llegó el segundo partido
y con él la segunda victoria consecutiva, sólo nos quedaba una final, LA FINAL,
y por el resultado de los demás equipos del grupo, ahora sí dependíamos sólo de
nosotras mismas.
Era un todo o nada,
quien ganara se quedaría en la categoría, quien perdiera le tocaría pasar la
próxima temporada en el “pozo”, lo sabíamos y como éramos conscientes de ello,
salimos a “matar”.
Os puedo asegurar que
desde dentro, cuando estás jugándote algo como esto, todo se ve muy diferente.
Controlar los nervios los días previos a un partido tan trascendental es casi
misión imposible. Piensas y piensas, le das vueltas a la cabeza, soñando y
creyendo en la victoria, incluso se disputa el partido en tu cabeza sin ni si
quiera haber llegado el día.
Pero el día llega, los
nervios siguen ahí, pero empiezas a controlarlos un poco más. Sabes que tienes
que estar concentrada 100% en el partido, no es momento de pensar en qué pasará
o dejará de pasar, es momento de hacer que pase, de luchar, de dejarte todo en
el campo, de intentar jugar tu mejor partido de la temporada y de que los
nervios no te traicionen.
Para mí fue nuestro
mejor partido de la temporada, todas estábamos muy concentradas, todas creíamos
en la victoria y porque creímos en ella la conseguimos. Jugamos como un
verdadero equipo, jugamos como una piña, todas unidas con la mente puesta en un
único objetivo, la tan deseada victoria.
Y esa victoria llegó,
defendiendo como jabatas, atacando con calma y orden, luchando cada balón,
tirándonos por el suelo si era necesario.
Por fin sonó el pitido
final por parte de los árbitros, el partido había concluido, la victoria era
nuestra, la permanencia soñada estaba conseguida.
Saltos, abrazos,
sonrisas de oreja a oreja que reflejaban nuestra felicidad y esa sensación que
recorría todo mi cuerpo por el trabajo bien hecho, ese subidón de adrenalina
que es difícil de describir.
Aún sueño con ese día,
con aquél partido que no quiero olvidar… sólo me queda decir GRACIAS