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LAS JOYAS MARCHITAS
Publicado24/07/2014
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En algún momento de nuestra experiencia como entrenadores podemos tener la ocasión de encontrarnos a jugadores que por sus capacidades físicas, técnicas y tácticas destacan sobre el resto. Entre tantos otros la diferencia es tan grande que pensamos que tenemos entre las manos verdaderas joyas del baloncesto. A menudo con sus actuaciones nos reafirman que lo que tenemos entre manos es puro oro y asociamos su cuidado y atención a la victoria. Nuestras expectativas sobre ellos se retroalimentan cuando sus propios compañeros, familiares, otros entrenadores e incluso árbitros dedican un instante de su tiempo para contarnos lo buenos que son estos chicos. En ese momento sentimos que algo grande estamos haciendo y que sus méritos son, en parte, responsabilidad de nuestro trabajo.

Sin quererlo ver les damos más privilegios que al resto, les otorgamos más atención, les hablamos de otra manera, les ponemos de ejemplo delante de otros compañeros entrenadores, etc. En definitiva, les encumbramos a no sé qué cima. 

El jugador "estrella" percibe nuestros mensajes como una muestra más de la capacidad superlativa que tiene. En su casa, los mensajes no difieren y el reto se encuentra en hacer de esta persona un "ganador". Algunos entrenadores que han tenido estas Joyas hace mucho tiempo todavía hoy recuerdan con anhelo a ese jugador y, por extensión, a esa generación de jugadores. Siguen buscando a sus “cracks” entre las nuevas generaciones y si encuentran a alguien parecido no tardan en colgarle la etiqueta de "estrella". 

Cualquiera puede pensar: ¿Qué hay de malo en que un jugador se lo crea? ¿Qué hay de malo en que un entrenador tenga a un jugador por estrella? ¿Qué hay de malo en que una familia crea que tiene entre manos a un futuro deportista profesional? Bueno, que un jugador tenga un buen autoconcepto de sí mismo debe ser objetivo de todos los entrenadores (entre otras cosas el deporte debería servir para ello) pero cuando el autoconcepto es excesivamente elevado se corre el riesgo de que se considere que ya está todo hecho. 

Me contaba una gran persona, que nada tiene que ver con el mundo del deporte, el caso de un equipo americano de fútbol americano. Este equipo fichaba a las más grandes estrellas cada año pero no conseguían ganar títulos. Los dueños de la franquicia decidieron consultar a un experto en lo que ahora llaman “coaching” y tras meses observando comportamientos, el resultado de la consulta fue el siguiente: “muchos de los jugadores que se consideran los mejores dentro de la plantilla no encuentran motivos para seguir evolucionando, puesto que todo el mundo y ellos mismos creen que es imposible hacerlo mejor de lo que lo hacen”. En otro sentido, leía hace tiempo un artículo sobre Middleton en el que se elogiaba su entrega constante, su profesionalidad y esfuerzo como uno de los méritos que había propiciado que a la edad de 43 años destacase con unos números envidiables en LEB. Extrapolando esta circunstancia al baloncesto de formación podemos inferir que con los jugadores especialmente dotados, no podemos bajar la guardia porque igual podemos tener en nuestras manos una verdadera Joya pero se puede marchitar. 

El título del artículo tiene que ver con todos los jugadores que pudieron ser pero que no lograron serlo. Personas a los que los entrenadores añoramos y apreciamos pero que después de tanto tiempo nos damos cuenta de que siguieron un camino equivocado para y por sus intereses. Evidentemente, en parte, ese camino tomado es consecuencia de nuestras decisiones, de nuestros comportamientos, de cosas que hicimos de más y de cosas que nunca hicimos y debimos hacer. Pienso que los entrenadores que llevamos más tiempo en esto que otros jóvenes que comienzan podemos hacer un gran servicio comunicando a los que empiezan los peligros que entrañan nuestras altas expectativas. 

Todavía hoy lamento que en mis inicios, personas que eran muy válidas tomaran un rol que luego no ha hecho más que devolverles bofetadas en la vida. Seguramente, esas personas no llegarían a nada (profesionalmente hablando de baloncesto) pero la realidad les ha puesto en su lugar de manera cruel. Puedo recordar y a menudo veo a chicos que eran verdaderas “Joyas” en equipos medianos y que han llegado a equipos dónde la competencia es más dura y no han podido resistir que el nuevo grupo, el entrenador y la competición les hayan bajado cruelmente de su estatus. También, he visto a chicos que nunca han querido subir de nivel competitivo por miedo a perder la consideración de “estrella” que habían alcanzado en escuadras modestas y jamás podremos saber a dónde habrían podido llegar.

En definitiva, "joyas marchitas", buenas personas en su mayoría pero que han vivido un cuento de hadas con un final no deseado.

*Nota: El presente artículo fue el primero que escribí pero sus contenidos siguen teniendo vigencia. Le tengo un especial cariño y espero que sea de vuestro interés. 

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